El disponía de una carreta; en ella, colocaba sus productos frutales para la venta y como lo dice la Poetisa Juana de Ibarbour: se ha hecho amigo íntimo del alba y de ocasos.
El vendedor en la calle, mantiene la sonrisa, la amabilidad y presenta sus productos como únicos y necesarios para el alimento diario.
El tiempo trascurre y se le ve en él su oficio. Él grita, sonríe, escucha, comparte, vende y está sujeto a las inclemencias del tiempo; pero su constancia y disciplina le han permitido que sus hijos tengan otras mejores oportunidades económicas de vida.