La señora llegaba a la casa a recoger a la niña, porque se debían ir a llevar el mercado a su hermana que siempre le encargaba la compra; para ello, se debía cruzar caminando la trocha montañosa y la quebrada.
Ese día dominical no solo se comía como un día de fiesta, sino que además se obtenía dinero adicional por la entrega de víveres.
La niña disfrutaba compartir con su madre y del paseo, ya que el resto de días de semana, no había tanta disponibilidad para hacer actividades de recreación.
Este compartir hacia bien a la familia, se reía a carcajadas, se sentía empatía y solidaridad.