La joven permanecía mucho tiempo sola, porque su madre estaba trabajando en turnos extensos; fue así, como empezó a participar de las actividades de la familia de la casa, se incorporaba a las celebraciones, apoyaba en las labores y poco a poco fue enamorándose del hijo de la familia de casa.
Los años pasaron y este romance que se formó por el compartir, se materializó en un matrimonio, la familia la adoptó, la joven era vista como una integrante amada, cuidar y proteger.
Los vacíos de soledad, las carencias de afecto, se fueron llenado con la integración, espacios de diversión y sobre todo paciencia en mantener el amor. Hoy, seguramente se puede decir, que no se ha perdido un hijo, sino que se ha ganado una hija, porque el amor es reciproco, responsable y comprometido.