Ella no sabia si tenia vocación de madre, pero su corazón cambió con la llegada del hijo; hubiese querido dar más, más, con mayor propósito, con más amor, con la gracia de mayor orientación, de mayor compartir espacios de familia. El tiempo permite ver el milagro de un fruto inteligente, sabio y con infinita confianza y templanza.
El milagro de un hijo es ser amado por ser hijo, es comprender la gratuidad del amor incluso antes de venir al mundo. Esta vida nueva rejuvenece a las personas, multiplica fuerzas y permite compartir alegrías y sacrificios.
La maternidad es considerada un don que permite construir con una visión de generosidad, de prelación ante el trabajo; por ello, sería maravilloso que siguiéramos orando por la misión de ser madres sin almas rotas.