Ella salía todas las mañanas a trabajar y aunque todo el día llamaba para saber cómo estaba su hijo, él siempre deseaba la hora de regreso de su madre.
El niño siempre le decía que la esperaba cuando las manecillas del reloj estuviesen en una línea vertical y la otra horizontal, es decir cuando fuese las 9 de la noche.
La espera a esa hora se acababa y el abrazo de su madre era la compañía que más anhelaba, era el amor que soportaba la paciencia e iniciaba la hora del sueño tranquilo y seguro.